Vale que los chefs están de moda. Pero que hayan hecho dibujos animados de Jordi Cruz de Masterchef:
Los dibujos animados de Jordi Cruz de Masterchef
Los dibujos animados de Jordi Cruz de Masterchef
Ya no podré seguir la Escuela Masterchef sin imaginarlo así. Más fuerte aún es lo de Pepe Rodríguez, le han hecho un muñeco de Lego y todo. Vaya loles en El Bohío de Illescas.
La figura de Lego Star Wars de Pepe Rodríguez de Masterchef
Me descojono de ellos. De los que son oficialmente conocidos por su camaleosidad, claro. O camaleosicionamiento. O como se diga.
Ya se ha convertido en una frase tan manida como la de que el Rey es campechano. Y Bardem es camaleónico. Sí, ya lo sé. Y John Malkovich también, qué novedad.
Pero es que el oficio de intérprete consiste en ser camaleónico. Si un actor no tuviera la habilidad de despojarse de su personalidad para usurpar otra, no sería capaz de interpretar más que su propio biopic. Salvo raras excepciones como Hugh Grant, que siempre hace la misma película, y Richard Gere, que ya sea interpretando a un oficial del ejército rojo o a un alfarero del medievo, siempre lo hace de la misma manera.
Pero como en todo, el camalecionismo tiene sus grados. Y muchas veces la palma de la camaleoticidad no se la llevan los actores conocidos, sino los que no lo son tanto. ¿Quieren saber quién es el rey de la disciplina en mi opinión? Apunten este nombre: Ted Levine. Si no les suena de nada, tal vez se acuerden de uno de sus últimos personajes, el capitán Leland Stottlemeyer, el bigotudo grandote de la serie Monk.
¿Qué? ¿No les suena de nada más que de la serie? ¿Seguro? Pues hizo otros personajes, como éste:
Todos los que de niños fuimos a un colegio religioso –en mi caso fueron tres, de tres congregaciones distintas– tenemos el recuerdo de los vídeos que nos proyectaban en las clases de religión. A todos mis compañeros se les arruinaba la mañana cuando tocaba visionar uno de esas cintas, y aprovechaban para dormir o dar por culo. Yo los miraba extasiado, embadurnándome del surrealismo que contenían. Me preguntaba quiénes serían sus guionistas y directores y qué les pasaba por la cabeza mientras realizaban el proyecto. ¿Eran auténticos fieles convencidos del poder adoctrinador de los medios, o en cambio sólo pasaban por ahí y para ellos no era más que otro encargo alimenticio más?
Todo ésto viene porque de casualidad he encontrado uno de estos vídeos, y me ha maravillado. De una facturación exquisita, no puedo dejar de destacar una genuína fotografía amarillo vhs, unos flashbacks desgarradores, y un doblaje al español latino digno de cualquier clásico de Disney.
Para los que nunca hayan visto un vídeo de éstos, les parecerá una versión aburrida de los documentales presentados por Troy McClure en los episodios de los Simpsons. Para los que se hayan tragado cientos, como yo, les devolverá a una época de sus vidas en las que fueron inmensamente felices, o por el contrario, no sabían ni de dónde les caían las hostias.
Veo un avión estrellado, unos pilotos cuyos cadáveres quizá aún no hayan sido identificados, y gente clamando, exigiendo, atemorizada, aterrada ante algo que quizá, era sólo una mala jugada del destino; algo que tenía que pasar porque de lo contrario la estadística sería tán útil y fiable como el horóscopo del periódico.
Gente indignada porque un avión que sufrió una avería ya reparada no debía haber intentado despegar. En un avión revisado infinitas veces por personal altamente cualificado, supervisado por unos pilotos experimentados y a los que no les apetecía morir ese día, ni el siguiente, ni ninguno dentro de un avión.
Personas que cancelan sus inminentes vuelos al conocer la desgracia. Conversaciones de peluquería donde se despotrica contra todo y todos. «Menuda vergüenza de protocolos de seguridad». «Es que esto se veía venir y les da igual que haya muerto tanta gente».
Y no puedo evitar preguntarme cuántos de ellos han cogido alguna vez el coche con unas copas de más; cuántos de los que cancelaron su vuelo por miedo deberían haber llevado su vehículo hace meses a pasar la inspección y cuántos pisan a fondo el acelerador sin hacerse tantas pajas mentales.
Reportero de Televisión – Hola, ¿cómo está? ¿Me permite hacerle unas preguntas?
Ciudadano – No, lo siento, éste es un momento privado.
RT – ¿Puede decirme cómo está?
C – ¿Nos deja tranquilos, por favor?
RT – Entiendo su situación, sólo nos gustaría saber…
C – Que no quiero salir por la tele, ¿no lo entiendes?
Y la verdad es que no lo entienden. Dan tan por sentado que todo el mundo quiere salir por televisión, que día a día se suceden intentos de entrevista como éste.
¿Cómo va uno a negarse a salir en la tele? ¿Cómo se atreve? ¿Quién se habrá creído? Si además es un don nadie que no sería noticia si no fuera porque su hija yace calcinada entre los restos del fuselaje de un avión recién estrellado.