Preparar un golpe de estado no es una cosa que haya que tomarse a la ligera. Uno se juega literalmente la cabeza, y para que éste tenga éxito, tiene que compensar su aparentemente inferioridad de condiciones con astucia.
Debe asegurarse primero de contar con los apoyos necesarios entre la población, ya que los ejércitos de un solo hombre raras veces tiene éxito; y el alistamiento -primero voluntario y si es necesario, por la fuerza- de la población civil, se hace indispensable para la victoria.
En el caso de una sublevación militar, necesita asegurarse el apoyo de cuantas unidades militares diseminadas por el país le sea posible, con el fin de abrir varios frentes de lucha. Muchas veces una desventaja inicial debida a la inferioridad numérica sólo puede compensarse desmembrando las defensas del enemigo a batir.
Pero cuando uno planea derrocar a un gobierno debe cuanto menos ser capaz de preveer que no será una empresa fácil. Se dispone a atacar a un gobierno legítimo arropado por la mayoría de la población, que controla la mayor parte de las reservas de dinero, las fábricas, y además protegido por una parte del ejército que aún mantiene su juramento de lealtad.
Y una de las claves para poder sublevarse con un mínimo de garantías de éxito es asegurarse los suministros hasta ser capaz de producirlos autónomamente. Necesita aviones de combate, tanques, munición, uniformes, víveres; hasta picos y palas para enterrar a los muertos se antojan indispensables.
En este tipo de situaciones, para procurarse tales suministros, lo más recurrente suele ser pedir ayuda externa: a países que supone aliados con la causa, o que al menos estarían interesados en que ésta prosperase.
Ahora vean este vídeo y sitúenlo en su contexto histórico:
Franco pidiendo ayuda a un hombre que meses después pondría en jaque al mundo occidental. Solicitando apoyo al mismísimo Hitler -cuyo partido inventó la propaganda bélica moderna– con este mensaje pasivo-agresivo, cutre y casposo. Que el lenguaje audiovisual aún estuviera en pañales no es una excusa para esta muestra de analfabetismo en formato treintaicinco milímetros.
Y ganó la guerra. Este chapucero, este gañán que no sabía leer sin mover los labios tuvo de rodillas a un país durante cuarenta años.
Detalles como éste dicen mucho más acerca de lo que somos, que los mil tópicos que usamos para definirnos.