Disculpas

Cuando uno tiene entre manos una herramienta de la que desconoce por completo su funcionamiento sólo tiene tres opciones: pagar a profesionales para que lo hagan por él, pedir ayuda  a algún abnegado amigo cuyos conocimientos sobrepasan los de uno propio (léase el amigo informático del que sólo nos acordamos cuando se nos jode algo), o bien salvar la papeleta con el método ensayo y error.

Como no tengo dónde caerme muerto y el amigo informático soy yo, cuando empecé en esto de los blogs no me quedaba otra que probar y probar hasta conseguir resultados.

El domingo lo hice otra vez, y qué cosas, me cargué el blog entero. Tenía una copia de seguridad (pensé que total pero resultó ser más parcial que el jurado del Premio Planeta).

Casi todo está reparado, pero no se extrañen al ver cosas raras estos días. Y a los suscriptores del feed (si es que acaso alguien se sindicó a este humilde blog aparte de un servidor), mil disculpas por el contenido duplicado, pero no sé cómo evitarlo.

Exigimos seguridad (y apariciones marianas)

Veo un avión estrellado, unos pilotos cuyos cadáveres quizá aún no hayan sido identificados, y gente clamando, exigiendo, atemorizada, aterrada ante algo que quizá, era sólo una mala jugada del destino; algo que tenía que pasar porque de lo contrario la estadística sería tán útil y fiable como el horóscopo del periódico.

Gente indignada porque un avión que sufrió una avería ya reparada no debía haber intentado despegar. En un avión revisado infinitas veces por personal altamente cualificado, supervisado por unos pilotos experimentados y a los que no les apetecía morir ese día, ni el siguiente, ni ninguno dentro de un avión.

Personas que cancelan sus inminentes vuelos al conocer la desgracia. Conversaciones de peluquería donde se despotrica contra todo y todos. «Menuda vergüenza de protocolos de seguridad». «Es que esto se veía venir y les da igual que haya muerto tanta gente».

Y no puedo evitar preguntarme cuántos de ellos han cogido alguna vez el coche con unas copas de más; cuántos de los que cancelaron su vuelo por miedo deberían haber llevado su vehículo hace meses a pasar la inspección y cuántos pisan a fondo el acelerador sin hacerse tantas pajas mentales.

¡Todo el mundo quiere salir por la tele!

Reportero de Televisión – Hola, ¿cómo está? ¿Me permite hacerle unas preguntas?

Ciudadano – No, lo siento, éste es un momento privado.

RT – ¿Puede decirme cómo está?

C – ¿Nos deja tranquilos, por favor?

RT – Entiendo su situación, sólo nos gustaría saber…

C – Que no quiero salir por la tele, ¿no lo entiendes?

Y la verdad es que no lo entienden. Dan tan por sentado que todo el mundo quiere salir por televisión, que día a día se suceden intentos de entrevista como éste.

¿Cómo va uno a negarse a salir en la tele? ¿Cómo se atreve? ¿Quién se habrá creído? Si además es un don nadie que no sería noticia si no fuera porque su hija yace calcinada entre los restos del fuselaje de un avión recién estrellado.

Indiana Jones y el reino de la calavera de cristal

Ayer fui a verla al cine lleno de ilusión y con la mente abierta.

Vergonzosa. Indignante. Y no me refiero a que Indy esté ya viejete, eso es lo de menos. Es que un chimpancé tuerto y atiborrado de morfina habría sabido crear una trama más digna.

Estoy pensando seriamente en denunciar a Spielberg y Lucas por destrozar un mito de una manera tan sangrante. Les llevaré a los tribunales para que les obliguen a catalogarla como película apócrifa. Y que cambien el título por «Alabama Jones», por ejemplo.

Y si no lo consigo, intentaré borrarla de mis recuerdos. Haré un ejercicio de memoria selectiva, y cuando piense en la saga, sólo recordaré tres películas.

actualización (16 de octubre de 2008)

Parece que no soy el único que lo piensa, los creadores de South Park también dieron su educada opinión: