Tabla de contenidos en ABRACADABRA
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Cabalgué las calles infringiendo casi todas las normas viales que ahora puedo recordar, mientras hurgaba en el bolsillo derecho en busca de esos dos tesoros, los trocitos de papel. Con mis dedos rechonchos como salchichones alcancé uno de ellos, el papel con el gramaje más liviano, y lo extraje cuidadosamente con ademanes de arqueólogo, mientras mantenía fija la mirada en la carretera.
Lo apoyé sobre el volante, lo extendí, y nervioso como quien comprueba por enésima vez uno a uno los aciertos de una quiniela ganadora, me dispuse a leer el pequeño retazo de mi manuscrito, veinte palabras a lo sumo en aquel papel tan pequeño.
Desvié la vista del asfalto un momento, lo hice el segundo y medio suficiente para aguzar la vista hasta individualizar la primera palabra de aquella línea torcida, antes de tornar los ojos de nuevo hacia la estrada y dar un volantazo brusco, digno de un escolta huyendo del peligro, con el que conseguí esquivar al viejo que estaba iniciando a cruzar el paso peatonal. ¿Adónde se dirigiría aquel anciano a las seis y cuarenta y siete de la mañana? Juré que cuando me jubilara no me levantaría antes de las once o doce.
Después de aquel incidente decidí devolver al bolsillo el papel, era un poco arriesgado leer y conducir al mismo tiempo. Mi frustración crecía, aquella única palabra que logré aislar no me daba muchas pistas sobre la naturaleza de mi escrito. La palabra era «biblioteca».
Llegué al trabajo, aparqué el coche en el primer hueco libre que encontré, no recuerdo si legal o ilegalmente, y después de cambiarme en el vestuario, me incorporé a mi puesto. Al pasar por la caseta de obra, intuí a mi espalda el rechinar de dientes del patrón al comprobar que todos llegábamos puntuales; parece que no lograba encontrar a ningún cabeza de turco a quien despedazar ese día.
Empecé a cargar y descargar, todavía excitado y todavía sin acuciar los efectos del cansancio derivados de una noche en vela. La adrenalina se resistía a abandonar mi cuerpo, sobre todo porque estaba en vilo por no saber qué es lo que había escrito, los deseos de descubrirlo me devoraban por dentro.
Caí en la cuenta de que al ponerme la ropa de trabajo olvidé trasladar los papeles de un pantalón a otro: grave error, fatalidad. ¿Cómo aguantar sin leer esas ocho horas largas? Busqué al patrón con la mirada, esperando a que se distrajera para entrar en los vestuarios, pero tenía sus ojos porcinos clavados en mí, podía sentirlos incluso de espaldas: su semblante nicotínico derritiendo mi nuca, aquellos ademanes de francotirador.
Continué con mi trabajo, mientras maquinaba en silencio la manera de recuperar los papeles. Pensé en romperme el pantalón para así poder ir al vestuario y ponerme otro; se me pasó por la cabeza sentirme indispuesto, pero finjo fatal, sería una interpretación penosa, como la de los actores encasillados que buscan desesperadamente cambiar de registro. Sería increíble, es decir, no creíble.
Pensé, pensé, no hallaba ningún plan B. Seguí cavilando, dándole vueltas, reflexionando, pero carecía de subterfugio alguno, hasta que decidí que el no tener excusa era una excusa en sí misma. Alcé la vista, miré al patrón, él me devolvió la mirada, solté el saco que tenía sobre los hombros, y me encaminé decidido hacia los vestuarios, nervioso, sin un argumento creíble para aquel abandono de mis funciones.
Al octavo paso me paró en seco un grito, era más bien el gruñido de un cerdo durante la matanza: «¡¿A dónde coño vas?!». Tragué saliva espesa como la crema pastelera y dije sin pensar: «Cosas de chicas, jefe». Supuse que su siguiente chillido sería capaz de romper los cristales de los edificios adyacentes, pero no fue así, aquel puerco se limitó a soltar una carcajada y responderme, «Está bien, pero vuelve cagando leches».
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Ji jeñora. Pero tengo mucho más escrito. Sólo lo estoy dosificando
¿Aquí es dónde te has quedado?.
Es que esta parte ya me la conosco…
Pero es que el mundo no gira y se detiene a tu antojo, hija mía. Y no intentes engatusarme con tus argucias sensuales para que te de un trato de favol…no funcionaría.
Susia…
Por cierto, mi mundo gira a mi alrededor, pero no pretendo que sea así con el de los demás, cuchi…
Buen viaje y da señales de vida :*